Considerada una de sus obras cumbre, Un enemigo del Pueblo desarrolla una historia ridículamente atemporal: un hombre debe enfrentar a familiares, políticos y medios de comunicación en su intento por revelar una verdad considerada peligrosa para los intereses económicos de la ciudad. Si bien el teatro siempre toca fibras sensibles en nosotros, pocas historias resuenan con tanta continuidad y fuerza en todas las ciudades e idiomas en los cuales se estrenó desde su publicación en 1882.
En Un enemigo del Pueblo, el Dr. Stockmann acaba de descubrir que el agua del balneario de la ciudad se encuentra contaminada por una bacteria peligrosa para la salud de todos los que la frecuentan. Para detener el posible contagio, la ciudad debe paralizar su principal atractivo turístico por un tiempo indeterminado, con todas las pérdidas económicas que ello conlleva. Así, la ciudad se encuentra dividida entre hacer público el descubrimiento y perder el dinero del balneario, o guardar silencio y seguir lucrando, con la esperanza de que nada grave suceda.
En realidad, es exagerado decir que la ciudad se encuentra dividida: el Dr. Stockman está completamente solo, mientras el resto de la ciudad se opone a él. La verdad es odiosa y exigente, mientras la mentira nos tranquiliza y promete prosperidad. Así, la obra se convierte también en una crítica a esa democracia que, enamorada de su propio éxito, se convierte en demagogia al callar las voces disidentes dentro de ella.
De más está decir que esta es mi obra favorita de Ibsen –por ello le da título a este blog– y me satisfizo la noticia de que sería presentada en el Gran Teatro Nacional de Perú por la Compañía Nacional de Teatro de México. Y aún más novedoso fue ver los cambios que tenía preparado David Gaitán, el director de este montaje.
El cambio más importante atañe a la personalidad misma del protagonista. En la historia original, el Dr. Stockman es un doctor amable, querido y admirado por sus vecinos, con el cual resulta muy fácil coincidir en su lucha por la verdad. A su vez, los personajes antagonistas también nos resultan claramente antipáticos y, aunque sus motivos son entendibles, no resultan justificables.
Sin embargo, Gaitán decidió problematizar la actitud con que la verdad se aparece frente a nosotros: en este nuevo montaje, el Dr. Stockman (Luis Rábago) es arrogante con su familia, sarcástico con sus colegas y abiertamente misógino con su esposa e hija. En resumen, es un tipo desagradable que, en estas épocas de redes sociales, ya estaría cancelado. Así, al descubrir que este será nuestro defensor de la verdad, aparece un nuevo dilema: ¿nos animaremos a defender, o siquiera oír imparcialmente, las palabras de una persona que encarna tanta bajeza moral? ¿Podemos aceptar que a veces la verdad no surge de los labios de nuestros héroes, sino de nuestros enemigos? En estas épocas de odios propagados por Twitter, este personaje nos interpela directamente: ¿estamos dispuestos a reconocer que a veces, aunque sea una única vez, la verdad se encuentra encarnada en aquel que piensa distinto, en nuestro enemigo político, incluso en aquel que encarna nuestros antivalores?
El segundo cambio de Gaitán aborda precisamente esta reflexión. Antes de iniciar la función, se les comunicó a los espectadores que, delante de cada butaca, había una pistola de burbujas, la cual podían disparar al aire cada vez que consideraban que el Dr. Stockman se comportaba de forma inapropiada. De más está decir que las burbujas aparecieron en el aire apenas empezó la función.
Quiero destacar un fenómeno interesante: apenas empezó la función, unas pistolas tímidas fueron las primeras en denunciar a misoginia del Dr. Stockman, juzgando lo que parecían ser momentos puntuales en la vida de este hombre. Sin embargo, mientras fue avanzando la obra, la tolerancia fue disminuyendo, hasta que, a la mitad de la función, casi cada frase del protagonista era acompañada de una cortina de burbujas que llenaba el teatro, lo cual es sintomático de nuestra sociedad. Apenas conocemos al personaje, analizamos sus gestos y palabras y les damos valor individual a cada uno. Así, puede haber palabras sensatas e insensatas en un mismo diálogo. Sin embargo, cuando pasa el tiempo y asumimos que ya conocemos cómo es el personaje, ya no escuchamos realmente, sino que damos el mismo valor a todo lo que sale de la boca de esta persona.
Creo que lo mismo podemos ver en nuestra vida diaria a observar a personajes púbicos, especialmente políticos: ya no escuchamos, sino que todo tiene valor o no según quién lo diga. En el caso peruano, esto lo observamos en cualquier red social: las palabras no tienen valor por sí mismas, sino según si el emisor es de derecha o izquierda, es hombre o mujer, es empleado o empresario. Aplaudimos o sentenciamos solo por quién es la persona, sin que nos importe conocer la verdad.
Respecto del último cambio de la puesta en escena, este se relaciona con la estructura de la obra. En su escritura original, Un enemigo del Pueblo tiene un final agridulce: aunque es rechazado e incluso violentado por decir la verdad, el Dr. Stockman se enfrenta optimistamente al futuro. Sin embargo, la versión de Gaitán elimina este final y, durante el monólogo de Stockman frente a las autoridades, rompe la cuarta pared, increpando al público su prisa por juzgar y su uso abusivo de la pistola de burbujas. El monólogo se convierte en una declaración del autor también acerca de la relevancia de la obra y cómo, apenas conseguimos un poder tan mediocre como una pistola de burbujas, nos lanzamos a utilizarlo en todas las ocasiones posibles. El recurso me parece muy bueno; sin embargo, también me hubiera gustado ver el final original de la obra, un final abierto y optimista, que busca animarnos a seguir nuestra búsqueda de la verdad aún en contra de nuestras tradiciones y opiniones.
En resumen, esta versión de Un enemigo del pueblo ha tenido varios cambios. Quizá estos no han sido del agrado de todos, pero creo que es una manera interesante de actualizar un texto que ya es atemporal por sí mismo. Con excepción de eliminar el final original, considero que estos cambios son valiosos y reafirman el mensaje general de la obra.
Finalmente, tengo que resaltar también el trabajo del elenco de la Compañía Nacional de Teatro de México, que incluye al director David Gaitán, así como al director artístico Enrique Singer, la dirección de luces y escenografía de Alejandro Luna, así como el vestuario y todo el elenco de actores, que nos brindaron una ejecución impecable de un texto clásico de Ibsen. Como lingüista que soy, me resulta adicionalmente interesante presenciar teatro en otros dialectos del castellano, como el mexicano, que nos brinda otros matices a través de entonaciones y gestos distintos, y nos hace apreciar la obra de forma distinta.
La foto inicial de la entrada corresponde a Sergio Carreón Ireta / CNT